23 de octubre de 2004
Un espanyolito en Bélgica Cap. 2: 15 céntimos la bolsa por Jaume Quiles

Los belgas te cobran por todo. Una tarde salí a comprar a una pequeña tienda después del sagrado momento español, siesta. Escojo los productos que quería y la dependienta me los cobra y me los deja en el mostrador, la miro y ella me mira, miro hacia los lados buscando una bolsa y no la encuentro, le pido una “bag”, la mujer rápidamente saca de debajo del mostrador una, mete mis productos en ella y marca en la máquina registradora 15 céntimos a la vez que me lo dice. ¿Qué? Y me repite fifteen, pienso: ha dicho seguro fifteen y no fifty. Pago la bolsa y me marcho indignado. Saliendo me planteo volver otro día con la bolsa y que me devuelva los 15 céntimos o cuando me pregunte que si quiero una, le diré que no, que ya tengo y la sacaré delante de ella…

Ese mismo día por la noche nos reunimos para degustar la carta de cervezas belgas. El único efecto que provoca ingerir esta bebida son las ganas de mear. La primera cerveza puedes aguantar pero la segunda no, a partir de la segunda sueles ir más a menudo al baño, por lo que al final de la noche te dejas un dineral en mear. ¡Sí!, en la puerta del baño te encuentras una adorable mujer con una cestita que te invita a mear por 30 céntimos. Los belgas te cobran tus necesidades fisiológicas. Me acordé de la mujer de la tienda de esa tarde. Imaginé que el baño estaría limpio, ya que pagas mantendrán una higiene mínima, pues por lo que me contaron no. Me lo contaron porque no entré, así que aguanté toda la noche sin mear y seguí probando la carta de cervezas. El dolor de barriga iba aumentando conforme incrementa el nivel de “aguachirri” (término acuñado por una española para denominar a la cerveza belga).

Antes de seguir con el suceso aclararé unos datos importantes: los belgas te alquilan habitaciones por lo que compartes el aseo y la cocina, digamos que mi casa es una cama y para el resto de cosas tengo que salir de ella. Continuamos. No sé a qué hora me dirigía para el hogar, pero tardé bien poco. Fui corriendo. Subí por las escaleras para no tener que esperar en el ascensor, ya que notaba que estaba a punto de soltar una gotita de ese líquido dorado. Saqué las llaves y con la ayuda de la otra mano busqué la cerradura. La introduje. Todo esto con un movimiento de piernas, que parecía una mezcla entre Chiquito y Lina Morgan. Entré y cerré la puerta, le pasé la llave de nuevo, la costumbre para que no entre nadie. Dejo la chaqueta, bufanda, guantes y demás y me dispongo a salir de la habitación para ir al aseo. La puerta está cerrada. Voy en busca de la llave. Los movimientos que hago para aguantar mis irresistibles ganas de mear son cada vez mas exagerados, lo que me provoca realizar movimientos que nunca pensé que fuera capaz de hacer, no sabía que tenía tanta flexibilidad… Al encontrar la llave la meto y empiezo a darle vueltas y vueltas pero de repente se parte la llave, me quedo con el extremo redondo. ¡No puede ser! Estoy encerrado, sin aseo y sin poder aguantar mis ganas de mear. Objetivo: mear. Hago un barrido con la mirada por toda la habitación y encuentro la bolsa de la compra de 15 céntimos… ¡ahhhh!, nunca antes había apreciado tanto un buen desalojo de líquido amarillo… ¡mierda! Ya no podré llevarla a la tienda…

Al final los belgas se han salido con la suya, me querían cobrar por mear y lo han conseguido aunque fuera a mitad de precio, 15 céntimos la bolsa… y si reciclo como ellos…


Foto: Jaume Quiles

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