7 de abril de 2005
Piedad por Carlos Cebrián

En ocasiones hay personas que me provocan a piedad, un sentimiento de compasión que me desagrada. No digo que estas palabras - el significado que conllevan- sean negativas. Pero sospecho que el que estas personas me produzcan ese sentimiento o sensación es porque, instintivamente, y sin intención premeditada, me sitúo por encima de ellas, en un plano elevado con respecto a ellas. No es su tristeza, ni su desgracia, algo que soy incapaz de valorar si no es subjetivamente. Es algo más abstracto. Todo reside en sus miradas, en sus opiniones, sí, pero sólo en la manera de expresar las mismas y en los gestos faciales que las acompañan, no en las opiniones mismas.

Y cuando esto se produce, me incomoda, me daña, me incita un ligero nudo en la garganta, una lejana e indefinible propensión al llanto, ganas de llorar lánguidamente. No es porque esas opiniones me procuren ternura, ya he dicho que la opinión no es lo esencial. La mayoría de las veces ésta me importa bien poco, me es de todo punto indiferente, o incluso irrisoria. Es el teatro gestual, facial, que la acompaña, las miradas perdidas, esa pretendida búsqueda de comprensión, de respaldo, de consuelo. Una intención de compañía que se traduce en esas muecas de las que hablo, muecas imprevisibles, a veces el asomo de las lágrimas retenidas en las pupilas, otras el llanto casi disimulado, una lagrimilla deslizándose por la mejilla con discreción, o la ruptura del llanto desatado, o una sonrisita pícara o ingenua o malévola, o una carcajada sarcástica, qué sé yo. Me conmuevo, me conmueven. Y me invade la vergüenza ajena, una desazón malvada. Un cosquilleo en la nuca que, por momentos, me es insoportable. Entonces busco la salida, quiero huir, despedir el encuentro, la charla, salir corriendo, escapar de la tablas, de la barrera a la que me empujan y someten.

Sospecho que el problema es mío, que está en mí, quiero decir. Debe tratarse, como casi siempre, de impresiones. Datos subjetivos que me atenazan y bloquean. Debe ser que quisiera que me importaran un comino las vidas que me cuentan, pero en realidad no es así, no es cierta tanta indiferencia. Debe ser que me influyen sus cuitas humanas, trascendentes o no. Que me afectan sus delirios, sus alegrías, sus fracasos, sus penas, sus pasiones. Sus vidas, la vida alrededor. Debe ser que es una impostura intelectual, literaria, esta del método de observación, esta pasión por discernir, el intento de diseccionar con precisión de cirujano a los ajenos. Debe ser que yo soy como esas personas, igual que ellas, y que, a veces, os utilizo para propinaros golpes certeros con todas mis reyertas personales, con mis e

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