14 de marzo de 2005
Mujer por Rogelio Pujol Rodríguez

Mi mujer, ese océano de secretos en el que yo, carcomido, solía casi siempre estar a punto de ahogarme; su mirada, esa diabólica maravilla que me removía los ojos, intentando buscar una explicación a sus complejos y manías, que me comían vivo. Mi mujer, esa rapaz nocturna que meditaba sobre su salida a este mundo de Dios, un mundo no apto, pienso, para animales como ella.

¡Ay! ¡Cuánto te echo de menos, mi pecado carnal, iris de mis espejos, oscuro valle de sentimientos ocultando mis deseos de apartarme de tu labia, Elisa!

Y al pronunciar tu nombre los tres caballeros que a mi lado se sentaban, si por no temblar, sudaron y hacia mí dirigieron su mirada. Maldije los vocablos de tu identidad, maldije tu cuerpo y mi soledad, mas tu vida pagana reflejaba el recuerdo absurdo de miles de fiestas, veía tres de madrugada y el fruto de ellas, al lado, azotes daban a mi espalda. El murmullo se creó y se apagó justamente en la barra del bar mientras un largo trago de no sé qué extraña bebida atravesaba tu profunda garganta que estaba tapando la mía pues el ardor no cesaba.

Mi mujer, qué contento estoy ahora y tan loco que estoy cuerdo comparado con los días que en tu guarida quería ver pasar, como en un cuento del que uno a despertar nunca tiene oportunidad. Pero qué pena que te siga recordando, pues tu presencia es el destino que me tiene deparado la infinita alma del ser humano.

Yo soy humano aunque jamás lo hayas creído.

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