4 de diciembre de 2005
Jana por Vanessa Díez

La cabeza me da vueltas sobre la almohada, no sé cuantas bombillas hay en el techo, la luz entra por la ventana, y en mi cerebro hay un bombardeo... Una noche fantástica, conocí a unos tíos, y no sé si me tiré a alguno de ellos; tan sólo recuerdo que empecé a beber, y a fumar hierba.

...

 

Perdida en su habitación, oye a lo lejos como se marcha una de sus compañeras de piso. Tras el portazo esconde su cabeza bajo la almohada, y de nuevo el silencio, la angustia.

Sobre la cama, un despojo femenino sin ansias de arrastrarse hasta la facultad. La mañana de un lunes cualquiera, la luz ya le ciega e intenta volver a la vida. No es capaz de sacar la cabeza de debajo de la almohada para ver a gente subiendo y bajando escaleras, entrando y saliendo de la biblioteca, o el bullicio de la cafetería. Lo único que le da vida en la facultad, aparte de una serie de clases muy definidas, es el césped, sobre el que se echa con amigos algunas tardes con algo bueno que fumar.

Pero aquel día sería un día muerto, lo intuía. Después de un fin de semana tan satánico seguro que nadie que conociese bien, como para pedirle prestado, tendría algo para dejarle o algo de material para pasarle.

Esta fuerte personalidad es Jana. Una chica rebelde, decidida, dueña de sus actos, independiente y pasional. No es un momento en el que lleve mucha ropa, pero suele vestir con un difuminado estilo hippy, completado con ropa de ocasión y de segunda mano.

Después de remolonear media mañana en la cama, se levanta de un salto. Se coloca unos desgastados vaqueros sobre unas bragas negras, busca entre un montón de ropa que tenía sobre la cama donde encuentra un sujetador marrón y se lo pone, bajo una camiseta morada. Para sus rojizos cabellos coge una goma negra que había en la estantería que tenía junto a la cama, y los ata en la zona de la nuca.

Se dirige a la cocina, calienta el café que había ya preparado, y lo toma en la mesa, con la taza humeante entre sus manos. Aquello si le daba ímpetu para empezar un nuevo día, aunque fuese a medias. Mientras mira por la ventana intenta recordar que debía hacer aquel día, y si le apetecía o no cumplirlo. Por su mente pasan momentos inolvidables que vivió en otra época, tiñeron su mirada turquesa de tristeza,... su familia, tan complicada como ella, sus incondicionales amigos,... a kilómetros de distancia; y miles de paisajes a los que renunció. Saliendo de aquel mundo abandona la ventana, se enjuaga las lágrimas, y va en busca de su chaqueta.

Por la puerta sale un alma renovada, tras la batalla emprende de nuevo el rumbo, y renace de sus cenizas como el ave fénix.

Las clases no suelen darle mayor problema, pero siempre busca un espacio para la vida social. En la zona del sótano, frente a la cafetería, encuentra a Pedro, uno de los chicos más comprensivos que pudiera encontrar; es quien le pasa los apuntes cuando ella se ha sentido mal como para ir a clase.

Un chico de estatura media, algo más alto que ella, de cabellos oscuros, ojos claros, y con el rostro cubierto por una cuidada barba. Sus ojos miel reflejan comprensión, amor, pero al mismo tiempo tristeza al no ser correspondido. Todos sus poemas son para ella. Viste vaqueros, jersey azul marino, unas viejas botas de montaña, cruzada en su cuerpo una bandolera color vino y en las manos su cazadora.

•  ¡Eh, Jana! ¿Te has decidido a dignarnos con tu presencia?- Le dice mientras se acerca a ella.

•  Sí, no podía hacer esperar a mi reino – Afirma entre risas y le saluda con un tierno abrazo.

Después de coger un par de refrescos en cafetería salen por la puerta que da al exterior y se sientan en el césped bajo unos árboles.

•  Dime, ¿qué tal el fin de semana?

•  Seguro que no tan apasionante como el tuyo.

•  Una que se lo monta bien. No, en serio, ¿qué tal?

•  No muy bien.

•  ¿Y eso?

•  Te acuerdas de Sandra, la chica del chat de la que te hablé.

•  Aquella de la que no parabas de repetirme que era muy simpática, cómo si me tuvieras que convencer.

•  Sí, pues salió rana, estuvo más de media hora hablándome de su ex.

•  ¡Qué plastón! – Mientras se echa sobre el césped y enciende un pitillo - ¿Y por qué no está con el fulano ese?

•  Porque le dejó, pero después de la media hora se fue casi corriendo,... había quedado con él.

•  Vaya, ella se lo pierde. No te amargues ya aparecerá.

•  ¿Y tú?

•  Sólo puedo contarte que tengo la cabeza fuera de su sitio y que casi me levanto esta mañana - Se levantan, ya han acabado con las latas y las dejan donde conversaban.

•  ¡Menuda fiesta! – Le pasa el brazo por detrás del cuello – Podrías haberme llamado para lo que resultó lo mío- En un susurro.

•  Ya, rufián, pero no suelo llevar escolta.

•  ¡Qué graciosa!

Rodean la facultad y entre risas y miradas entran por la puerta principal.

•  ¿Sabes podría hacerme cura?- Al subir las escaleras hacia el quinto piso.

•  ¿Qué dices? – Con cara de asombro.

•  Sí, podría ser cura.

•  Lo que me faltaba, un amigo cura.

•  ¿Qué tiene de malo?

•  Ya ha hecho suficientes cosas la Iglesia cómo para que tú ahora vengas a contribuir.

•  Que la gente que ha estado dentro no haya estado limpia en algunos casos no quiere decir que la Iglesia tiene la culpa – Intentando justificarse.

•  Es como si me dijeras que el organismo del Estado es inocente por todo lo que hacen los perros que en él trabajan – En el tramo del tercer al cuarto piso.

•  Sería un modo de verlo.

•  ¡Venga Pedro, no me jodas!

•  Vaya, una periodista rebelde.

•  Y tú un pelele de los chupa cerebros de la historia.

•  Eh, no te pongas agresiva. No es para ponerse así – Con cara de asombro, poniendo las manos ante ella como si tuviese que detenerla. En el momento que suben hacia el quinto piso.

•  Perdona, pero esos temas me cabrean. No puedo ser hipócrita... Lo siento – Se detienen en las escaleras por un momento, mientras intenta disculparse.

•  No, no importa. Pero por encontrar a alguien que no opine como tú, no hace falta tirarse a la yugular – Con cara de circunstancia.

•  Sí, lo sé, pero es que has ido a tocar un tema muy superior a mi. Y una de dos: te hago dudar hasta que tomes una decisión de verdad o te ignoro. La verdad no te quiero ignorar, me importas demasiado.

•  ¿De veras?

•  Sí, ya lo sabes. Y sino ¿a quien le contaría mis fracasos amorosos? – Volviendo a emprender el rumbo.

•  Ya... es pura conveniencia – Tras de ella, pero con cara de decepción.

•  Venga, no seas así – Poniendo la mano izquierda sobre su hombro derecho – Vamos a clase. Lo de esa tía se te pasará, tranquilo.

•  Claro, ... es eso. Se pasará.

Introducen sus cuerpos en una jaula de cemento donde alguien pretende enseñarles como deben andar por la vida ... ¿lo conseguirá?

 

* * *

 

Acaban sus clases, bajan las escaleras con la ilusión de ser libres, podrán intentarlo ... es viernes.

•  ¿Qué has pensado para esta noche? – Bajando las escaleras del quinto al cuarto piso.

•  Seguramente me perderé por la Calle Mayor. ¿Y tú?

•  Quizá entre en el chat y me deprima un poco más de lo que estoy últimamente.

•  Venga ya, ¿y los chicos?

•  Se han ido de fin de semana a la nieve, la verdad no me apetecía.

•  Te han dejado solo ... – Pensativa.

•  Tirado como una colilla – Bajando hacia el tercer piso.

•  Vente conmigo.

•  No, no quiero ser un estorbo.

•  ¡No te hagas! ... total nadie te espera.

•  ¡Como si fuera un consuelo! – Yendo hacia la entrada.

•  Venga, anímate. No te lo pienses.

•  ¿Tú crees?

•  Claro. Verás que bien lo vamos a pasar – Salen por la puerta y ella le pasa el brazo sobre los hombros.

 

* * *

 

K.0, 22:00 h. Pedro espera a Jana, debería haber llegado. Las 22:30... nada. Se sienta sobre la marca del adoquín, donde habían quedado y enciende un cigarro. El humo le ayuda a pensar. Imagina, sueña,... quizá sea una noche que no olvide, ¿y si le acepta?,... y si... se va con otro, no lo soportaría. No es lo mismo escucharlo que verlo, podría abalanzarse sobre él, perder los nervios o morir de celos dejando acabar la noche.

•  ¿Qué te sucede? ¿Creías que no iba a venir?

•  Sí, algo así.

•  No me hubiera perdido esta noche por nada.

•  También me lo temía.

•  Acabará bien, ¡seguro!

•  Eso espero – En un susurro.

•  ¡Venga vamos! – Haciéndole un gesto con la mano para que le siguiera.

Uniendo sus pasos se dirigieron hacia la Calle Mayor y se metieron en un garito cualquiera. Un local con poca luz, buena música y bastante gente... un lugar con ambiente.

Se dirigieron a la barra donde pidieron unas copas para entrar en situación, era parte del ritual de los viernes, algo ineludible.

•  ¿Qué vais a tomar? – Pregunta un chico detrás de la barra.

•  Ponme un Larios con cola.

•  ¿Y para ti, pelirroja?

•  Un vodka con limón.

•  ¡Marchando!

Llegan las copas, Jana no lo piensa dos veces bebe un trago de su tubo y se lanza a bailar. Ha oído la música desde que ha entrado en el local, el volumen de ésta lo hace inevitable, pero la que ahora escucha es una pieza a la que no puede resistirse.

•  ¡Uuuuh, fiesta! Venga fiambre, vamos a divertirnos – Él le sigue, metiéndose entre la multitud de la pista.

La mira y se deja llevar. Su cuerpo, sus cabellos, sus manos,... ella. No ve nada más en aquel lugar, tampoco le importa si existe algo más. Pero no llegan a bailar juntos durante mucho tiempo, porque alguien se metió entre los dos interrumpiendo el momento. Era el barman, había cogido unos minutos de descanso, y se lanzó a la conquista de Jana. Ella no le dio mayor importancia, no estaba saliendo con Pedro y esa noche sólo quería divertirse.

•  Parece que no le he gustado a tu novio – Con una fuerte música de fondo, por ello tuvo que acercarse más hacia ella.

•  No, tranquilo. Sólo somos amigos.

•  ¡Genial! – Con un gesto de victoria en el rostro – Por cierto, ¿cómo te llamas?

•  Jana.

•  David – Le da dos besos y siguen bailando.

David es un chico más alto que Jana, moreno de cortos cabellos y con perilla en el mentón. Lo que llevó la seducción al éxito fueron sus penetrantes ojos marrones. Todo un conquistador, con grandes dotes de bailarín.

Mientras, Pedro se siente desplazado y ahoga su frustración en el alcohol. Lleva ya una serie de Larios, no sería capaz de contarlos. Total, ¡qué importaba ya!, ¿a quién le importaba? Observa al otro lado del local a Jana entre los brazos de otro, bebiendo y fumando. Su corazón cae en pedazos, inertes añicos de frustrada pasión. Decide continuar con su trago, nada puede hacer; ella no se resiste, será porque le gusta. Además, ¿por qué iba a estar con él?

David coge a Jana de la mano, entre cómplices miradas y sonrisas abandonan la pista de baile. Se dirigen hacia el almacén. Pedro sobre la barra se ha dado cuenta de que han dejado el local, al verles entrar en el almacén decide ir tras ellos. Hay demasiada gente, desaparecen; cuando llega frente a la tela que cubre la entrada se detiene, le faltan fuerzas. En el interior empiezan a dejarse llevar entre cajas y botellas de refrescos y alcohol.

Él introduce sus manos bajo la camiseta de ella, llegando hasta el sujetador y librándose de él para acariciar sus senos. Ella empieza a acariciar su espalda y le quita su camiseta.

Pedro bebe un trago de Larios y se decide. Descorre la tela, entra y tira el vaso al suelo. El ruido de los vidrios hace que éstos se detengan.

•  ¡Joder Jana!, esta noche era nuestra.

•  Venga ya – Mirando a Pedro – David la suelta-¡David, David!... ¡Qué te jodan! – Hacia David.

•  No serás tú tranquila, no me gusta que me mientan.

Ante la situación David coge su camiseta y se va, creyendo que le había mentido. Ella se viste, pero no le ha gustado la reacción de Pedro. Salen del local, sin cruzar palabra y se dirigen a la parada del bus. El búho no les hace esperar mucho, suben y se sientan en la zona de atrás. Tras unos minutos, se rompe el silencio.

•  ¿A qué ha venido eso?

•  No puedo creer que no te hayas dado cuenta.

•  No me digas que...

•  Sí.

•  No puedo creerlo.

•  Es cierto – En un susurro.

Ella se sienta sobre él, le besa y le dice al oído:

•  Lo has hecho alguna vez en un autobús.

•  No, pero...

Ella le vuelve a cerrar la boca con sus labios y él ya no se resiste. No importa lo que pase cuando termine, al menos habrá estado con ella.

Empiezan a hacerlo allí mismo, en un frío autobús vacío, a altas horas de la madrugada. El conductor no se da cuenta, ha puesto alto el volumen de la radio para no quedarse dormido. Nadie sube y ellos dejan que el sexo les agote. Jana está sobre él, con el torso desnudo; disfruta del momento y suelta un grito.

El conductor se percata de que algo sucede, creyendo que alguien está siendo agredido detiene el coche y abandona su puesto.

•  ¿Qué sucede? – Se da cuenta de lo que pasa realmente – Pero, ¿qué os habéis creído que es esto? – Les abre la puerta de atrás y les hace un gesto con el dedo - ¡Fuera de aquí!

Ambos se visten como pueden, apresuradamente salen del transporte y dejan atrás a un malhumorado conductor que todavía no creía lo que había visto. El autobús les abandona en medio de la noche.

No están muy lejos de casa de Jana, caminan en esa dirección con los brazos enlazados a la altura de los hombros. Sus pasos sobre la acera no consiguen seguir una línea recta, ni sus cerebros decidir con claridad. Una noche de locura y alcohol.

Llegan al parque que hay cerca de la casa de ella, donde el autobús debería haberles dejado y se detienen. Se miran y ella le lleva hacia el césped. Echados boca arriba, miran las estrellas y les hacen partícipes de un arrebato de pasión.

Esta vez, no hay nadie que les detenga ni les juzgue; la humanidad duerme, al menos la parte capaz de escandalizarse. Terminan. Agotados, medio desnudos, sobre el césped y bajo las constelaciones dejan que les venza el sueño.

 

* * *

Las estaciones de metro se suceden , la gente sube o baja. Las 10:00 de la mañana, el comienzo de otra semana. Jana sentada dentro de uno de los vagones, pensativa y cabizbaja. El comienzo de su fin de semana no fue como esperaba, pura sorpresa. No había vuelto a ver a Pedro, le dejó durmiendo y desapareció.

Baja en la parada de Ciudad Universitaria, le agobia la gente y sube las escaleras intentando salir cuanto antes de allí. En la boca del metro más gente, al menos no le ve, no sabría que decirle.

Lentamente se dirige hacia la facultad, quizá las clases le distraigan. Entra sin fijarse en nadie y comienza a subir las escaleras hacia el quinto piso. Nada más empezar a subir oye a Pedro tras ella.

•  ¡Jana! – Grita para conseguir llamar su atención. Ella se gira, sabía que era inevitable.

•  ¡¿Qué?!

•  Tenemos que hablar...

•  Lo sé, pero la verdad es que...

•  Anda tomate un café conmigo.

Ella baja hasta la altura donde él se encuentra y juntos llegan a la cafetería. Buscan una mesa. Hay una vacía para dos en un rincón; ella se sienta, mientras él va a por dos cafés. Se sientan en la mesa uno frente al otro con dos cafés humeantes.

•  Dime, ¿qué te pasó el viernes? – Soltó Pedro de repente, mientras le ponía azúcar al café.

•  Una noche con demasiadas sorpresas –Mirando hacia el café y jugando con la taza entre sus manos.

•  Ya, me lo imagino. ¿Te gustaron? – Moviendo la cucharilla dentro del líquido.

•  La verdad es que no quiero que nada cambie, eres un gran chico y no quiero hacerte daño – Bebe un poco.

•  Eso es algo que no creo que puedas evitar, la verdad.

•  Creo que deberíamos darnos un tiempo .

Se levanta de la mesa, dejando el café a medias y se dirige hacia el exterior por la puerta que hay en la zona del comedor. Deja solo a Pedro con las dos tazas sobre la mesa. Solitaria compañía.

Él bebe su café de un trago y sale tras ella. La encuentra tirada sobre el césped, donde hablaban de tantas cosas antes de que todo sucediera. Se acerca y se sienta junto a ella. El silencio les cubre de tensión.

Él se acuesta a su lado, ambos miran hacia el manto azul que les cubre, un día soleado sin ninguna nube a la que echarle la culpa.

•  ¿Desde cuándo? – Le preguntó ella sin desviar la mirada del firmamento.

•  Bastante tiempo, puede que desde el principio – Sin atreverse a mirarla.

•  ¿Y escuchabas todo... sobre los chicos con los que salí?

•  Era un modo de estar junto a ti, pensaba que así eras feliz. Tampoco creía que llegara a suceder algo entre nosotros.

•  ¿Y ahora? – Volviendo su rostro hacia donde él se encontraba.

•  Ahora al menos he estado contigo y si quieres que no nos veamos no puedo hacer nada – Con tristeza.

•  Te comprendo, pero no puedo sentir por ti más que amistad.

•  ¿Y lo de la última noche?

•  Lo siento...me dejé llevar.

•  Más lo siento yo.

Ella se levanta, le mira fijamente a los ojos y se aleja. Ambos sufren, ambos dejan correr las lágrimas por sus rostros; pero ella se marcha y él no ha sido capaz de moverse.

•  Espero que puedas comprenderme...y que seas capaz de perdonarme – En voz baja. Mientras se aleja.

•  Prefiero haber tenido una noche contigo a haber ansiado tocar tu piel durante toda la eternidad – Cuando ella ya está lejos.

Jana dirige sus pasos hacia el metro y se introduce en él.

 

* * *

Él no es capaz de desistir por algo que le ha creado una esperanza, siente que se le escapa de las manos, no quiere renunciar. Publica cada semana una columna en el periódico de la facultad, esta semana publica para ella.

 

SIEMPRE QUEDA ALGO


Siempre queda el amor aunque sea en el aire, porque respirar el amor es algo que evitar no se puede, no nos damos cuenta.

En este mundo de hielo, en este infierno de fuego, aún quedan sentimientos por los que lucharemos.

Esas miserables minucias, esas pequeñas cosas diarias a las que ignoramos sin darnos a penas cuenta son las más importantes.

Nos daremos aludidos al final de nuestros caminos, cuando dejemos de caminar y nos detendremos a observar.

Una puesta de sol, una tierna caricia, el hilo de un caracol, ...quién sabe...cualquier cosa puede ser bella.

Pero vamos muy deprisa, lo hacemos todo sin pensar, vivimos sin vivir la vida, tan sólo pasamos por ella.

Creemos saberlo todo, haberlo experimentado, pero no sabemos nada, porque al llegar al fondo ni la mitad habremos vivido.

Aprovechar el momento, vivir el segundo, no pensar en lo apropiado, pensarlo y hacerlo.

Al final de la estancia, sólo quedan buenos momentos, todo es la esencia, todo está en el aire ... siempre el amor permanece aunque de forma diferente.

 

No me arrepiento de nada.

 

 

Nada ha vuelto a ser igual, cruzan sus miradas por los pasillos de la facultad con rastros de culpabilidad. No son capaces de derrumbar el muro que aquella noche alzó sobre ellos.

Nada mejor que el silencio: para no vencer el miedo.

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COLECTIVO MALABARRACA 2010