Llevaba todo el día acostumbrándose a su nueva pierna. Ahora ya podía volver a correr junto a la locomotora como hacía el año pasado. Y es que haber estado cerca de conseguirlo y caer justo en aquel momento, le había dejado falto de moral.
Al rato llamó Pitu. Hablaba de borrar todo lo escrito, de empezar de nuevo. Y es que con una pierna nueva como aquella la vida se veía de diferente manera. A Pitu también se le notaba distinto. Bueno, a él le gustaba creer que lo era, y quizás era eso lo que le hacía todavía más igual a todos. Fredo pasaba de aquello, pero la ilusión en los ojos de su colega le hacía verse también a él en lo alto de una nube. Ya se veían meneando su apéndice locomotor por los campos en flor, como en aquella película que vieron cuando la tele aún funcionaba. Los viejos tiempos volverían, y volverían como se habían ido, es decir, en la misma maldita máquina que los tenía atados a los raíles. Volverían a toda velocidad, reventando sobre sus costillas la pesada masa de momentos agonizantes que parecían seguir agonizando en su memoria. Y es que quien más corre no es quien más deprisa va, ni quien más habla es el que más razón tiene. Así que decidieron sentarse junto al rió y no hablar. Pero Pitu, con la cara hinchada y henchida, rompió el silencio de manera asombrosa:

- ¿Y una vez aquí? - dijo.
- Una vez aquí y otra en tu casa. - Respondió Fredo.
- A mi casa no podemos volver. Sería una rendición.

(Continuará......)