23 de marzo de 2005
A todos aquellos que se creen especiales por Rogelio Pujol Rodríguez

Luisa iba, toda ella tan bonita e inocente, por el campo recogiendo margaritas y una libélula casi fue pisada por su pie derecho. La pobrecita de Luisa lloró sin consuelo. Al cabo de dos minutos se le fue la pena y continuó con su paseo. Se adentró en el bosque de violetas y chocó contra un árbol mientras miraba ensimismada un nido de pitirrojos. Cayó al suelo el nido y los pajaritos quedaron malheridos. Volvió Luisa a llorar, tan fuerte tan fuerte que creía ahogarse. Otra vez se le pasó bastante rápido y aceleró su marcha.

Apareció la noche en el horizonte y aún no había salido del bosque, es más, por si fuera poco, su historial delictivo había aumentado a quince asesinatos no intencionados. La niñita ya no lloraba, sino que gritaba pidiendo perdón. En ese momento de desesperación levantó las manos al cielo y notó que comenzaba a llover. Se refugió en una cueva. El lugar era frío pero seguro. Se acurrucó al lado de una piedra y durmió.

Llegó la mañana y Luisa salió de la cueva. Se quedó muda ante lo que veía. Todo el bosque había sido incendiado. Y a su lado una voz le susurró: “Ves como no eres tan especial, siempre habrá alguien más malvado que tú”. Y Luisa, con rabia, sacó un machete del liguero de debajo de su falda y lo lanzó contra una ardilla que por allí pasaba.

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