20 de mayo de 2005
Caliches y Omelias por Zymon Bearch

La noche empezó lenta aunque era todavía temprano para pasar a mayores. Yo ya conocía aquello y sabia que plantearse cosas desde tan al principio nunca había servido de buen precedente. En fin, la cuestión era no volver a pensar otra vez en lo que me había llevado hasta aquella barra llena de pajitas de colores y pequeños vasos fluorescentes. Estaba claro que ya estaba allí, estaba claro que de alguna forma había llegado al lugar idóneo y estaba claro que a los camareros de aquel sitio no les importaba que escuchase su conversación un tipo como yo.
---Pues no lo soporto más. O se va él o me voy yo, y yo no me voy a ir –dijo el mas alto y delgado de ambos-. ¿Sabes lo que te digo? Que ya lo he decidido.
---Siempre estáis igual –replico el otro camarero con su pequeño bigote recortado de forma magistral-. No te das cuenta que ya no le gustas, no ves que se habrá fijado en otro, hoy en día hay que andar despiertos sino quieres que te los roben, hay mucha perra, pero también es que hay cada cosa por ahí… -sin detener el movimiento de su amanerada silueta, fijo la vista en uno de los dos polis que entraban en aquel momento por la puerta del garito.
--Yo me aparte discretamente hacia la derecha. El poli más viejo se quito la gorra y la dejo sobre la barra.
---¿Qué queréis tomar chicos?
---Pon algo suave que estoy... -dijo el poli más joven que se echo la mano a la garganta.
--Rápidamente el camarero se apresuro a contestar.
---Ya veo como estamos ya…
--El poli viejo se giro hacia la pista de baile con su copa en la mano y la barriga colgándole sobre el cinturón. Entonces sonrió observando a unas chicas que coqueteaban entre ellas en el centro de la pista.
--El camarero de bigote se acerco al poli más joven.
---¿Eres nuevo no? Nunca te había visto por aquí. -le preguntó.
--A mí aquella conversación ya me aburría. Necesitaba estar borracho cuanto antes. ¿Y si por un casual me volvían a la cabeza todas aquellas ideas? Tenia que eliminar las pocas posibilidades que me quedaban de saber volver a casa. Así que tome el paso más importante de la noche hasta aquel momento: irse de allí.
--Y lo dicho. El portero me miro con cara de pocos amigos mientras yo escondía un vaso de cristal al que solo le quedaban los cubitos en el interior de mi chaqueta. Empezaba a hincharse la noche. En un intento por parecer correcto frente a unas niñas guapas que pasaban, erguí el cuello a lo que ellas solo respondieron con unas risas. ¿Estaba todo dicho? ¿Ese era yo? Me pego entonces un momento autocrítico. ¿Que qué hice? Lo que tenía que hacer. Me senté en un bordillo, en medio de la calle, a medio metro los coches casi me pisaban las puntas de los zapatos y tenia que meter el culo muy para dentro con tal de que me cupiese. Allí mismo me lié un cigarro divertido. Uno que tardó en consumirse lo que unos amigos en saludarme. Unos que tardaron en irse lo que otro en ofrecerles unas copas gratis en un cumpleaños cerca de donde estábamos. Y estos que tardaron en decidir lo que yo en levantarme de aquel rompeculos infernal.
--Me gusto aquello. Hacia tiempo que no los veía y verlos significaba volver a tener la mitad de años. ¿Y qué hacia yo con la mitad de años? Con la mitad de años yo no era yo; era otro. ¿Y qué hacia ese otro? No quería pensar en ello.
--Tras horas y horas en las que solo recuerdo guanteras de coche y megavasos a medio terminar llegamos a donde ellos me llevaron. Era un sitio bastante amplio aunque la gente abarrotaba tanto la sala que hubo incluso alguna conversación interesante mientras seguíamos en procesión la cola de entrada. Y es que son esas las frases que se quedan en tu cabeza cuando ya no te acuerdas de nada. Recuerdo también no parar de reírme durante un buen rato. A la risa divertida se le unían chistes sobre mujeres que engañaban a sus maridos y sobre maridos que engañaban a sus mujeres. Estuvo bien.
--Así que ahora si que estaba allí, estaba en el lugar idóneo y en el momento apropiado.
--Abrí la cartera, llevaba dinero de sobra y decidí pedir más alcohol. A mí alrededor mis amigos parecían estar incluso más borrachos que yo y eso era buena señal porque te deja licencia para seguir bebiendo.
---¿Qué queréis? -pregunté.
---Lo que pidas esta bien -dijo el amigo de un amigo mío.
---¿Qué quieres? -le pregunte a mi amigo.
---Fiestaaa¡¡¡ -grito imitando a Pocholo.
--Tras las risas pedí caliches “hasta pal apuntador” y salimos de allí “echando leches” no sin antes pasar por la maquina de tabaco.
--La inercia nos llevaba ahora a un lugar sacado de una película de Stephen King. Por la calle iban las parejas enganchadas y parejas, y todo era festivo. Bueno, no todo.
---Espera, espera¡¡-gritó el segundo más borracho de mis amigos.
---¿Dónde vas? -dijo el primero.
--Y ahí se lió la cosa.
--No, pero fueron unos minutos en los que nos metimos en un edificio en obras para… pues para eso, para quedarnos con la copla.
--Y seguimos, y vaya que si seguimos. En los aseos de aquel antro podría haberse hecho huevos de vuelta y vuelta y eso sin chispear ni una gota. Allí la vi, estaba radiante, más parecida a siempre que nunca. Por lo que pude observar estuvo poco tiempo. Bueno, es un decir, por que yo llevaba una que no podía estarme quieto. Cuando se fue lo sentimos mucho pero la verdad es que mejoro el nivel de los chascarrillos, y es que el humor tiene cada vez más que ver con el grado de erección que sufre el ambiente. Siendo sincero agradecimos que se fuese porque ¿cómo le explicas a alguien que tiene por gurú a Brad Pitt y a Leonardo Di Caprio el chiste de la vaca? No sé, pues eso. Pero bien.
--La hora era lo que menos importaba pero saberla era necesario porque si queríamos seguir el plan de uno de ellos teníamos que salir de allí a una hora para llegar a otro sitio a otra hora y eso era difícil teniendo en cuenta que unas chavalas se habían unido al grupo de manera misteriosa. Ahora no éramos seis, éramos doce. Aquello empezaba a parecerse a una de zombis. Mi amigo me propuso salir de allí, irnos a donde saliese. Y por lo visto parecía que me conocía más de lo que yo creía porque sabia que yo no le diría que no. De nuevo en marcha, otra vez en la carretera, quedábamos cuatro. Dos de ellos se habían ido con dos de las chavalas y los otros dos habían decidido que “las tías que quedaban tenían cara de zapato”. Entre nosotros seguía el amigo de mi amigo, al que le parecía bien cualquier cosa que yo pidiese, se acercó a mí y me dijo:
---Somos los cuatro jinetes del Apocalipsis, ¿eh?
--Yo respondí que si y que además íbamos con nuestras espadas de acero. Por alegrar la cosa supuse. Al fin y al cabo acabe tocándole el culo y besándome con él, pero eso seria después.
--Los locos que quedaban agarrados a las barras ya no tenían garganta para más y los que estábamos por la pista bailábamos cada uno una canción diferente, ritmos sueltos, vamos muy mal.
--Pero, ¿y porque me metía yo en esos berenjenales? Estaba claro, me gustaba sufrir. Me gustaba quemar la cuchara y eso no seré yo quien lo discuta. Pero, y aun gustándome esos berenjenales, ¿Qué me hacia quedarme allí? No se. Supongo que estaba tan “congestinao” que era difícil decidir si me decidía.
--Una vez hechas las presentaciones, pude pedirle fuego a la amiga del amigo de mi amigo. Se llamaba Irene. Le dije: “¿Irene tienes fuego?”. Ella me dijo: “Sí.”. Y ahí termino. Luego ellos se perdieron quedándose con todos los mecheros que llevábamos y entonces empezó lo que mi amigo llamó la Misión de la Llamarada perdida, o lo que significaba lo mismo, pedirle fuego a quien sea. Y me tocó a mí por ser el que debía tener más ganas de fumar en aquel momento. Levanté la mirada, observé a los sujetos que tenía en mi primera área de rastreo, pasé rápidamente a la segunda área de rastreo, y en efecto, al final de la barra una mujerona potente se encendía un cigarro que debía medir como ocho dedos diría yo. Ocho dedos míos. Bueno, el caso es que mientras avanzaba hacia ella, sin perder lo que yo creía era el ritmo, ella me encontró con la mirada. ¡Y vaya mirada! Cuando por fin llegué hasta ella me pasó lo que tenia que pasar. Yo quise decirle: “¿Fuego tienes?” Pero ella debió entender otra cosa porque me agarró del brazo y me metió casi a golpes en el aseo. Así, en el aseo… en el aseo me metió. Y siguió como te lo cuento. A una velocidad que casi no podía creer aquella mujer me bajó la cremallera. Sí. Yo me apoyé en ambas paredes de la letrina y ella empeñada en lo suyo. Veía flores, olas, árboles otoñales barridos por la fuerza caprichosa del viento, veía enanos y gnomos, incluso creí ver algún elfo. Vamos, vi de todo. Y todo muy bien, eh.
--Cuando ya casi me había olvidado de que ella estaba allí noté que me besaba sacando su lengua y mojando mis labios. Pero era difícil, difícil hasta lo más. Me encontraba en una situación… podríamos decir comprometida. Llevaba un cigarro enganchado en una oreja, y en la otra el dedo de ella, que tampoco entendí que hacía allí pero es igual. Los pantalones por las rodillas y por las rodillas abiertas las piernas. Todo por las rodillas. Ella tenia ganas y a mí lo de joder un plan… pues me jode. Y dije “Pues vamos a ver.”. Y dicho y hecho. Me enrosque en su cuello dándole pequeños mordisquitos en un loco afán por meter las manos por detrás y quitarle el sujetador. Ella me susurraba al oído y entre las silabas de sus palabras podía oír el golpeteo de su lengua rozando los dientes. Sin perder tiempo y por no romper el ritmo, le levanté la falda ajustada y metí mi mano entre sus muslos. A ella le gustaba. Llevaba puestas unas bragas suaves y frágiles. Ahora estábamos puestos los dos. Yo abrí los ojos y vi que ella los tenía cerrados. Fue un segundo extraño. Todo lo que nos rodeaba parecía un mundo ajeno. Nosotros estábamos allí, con los ojos cerrados, casi desnudos y a nuestro alrededor las paredes llenas de firmas en mil colores. Garabatos, amenazas y saludos a la madre de quien los leyera era lo único que prometían. No importaba, ahora no. Además estaba casi seguro de que teníamos todo el aseo para nosotros.
--Sin detenerme le bajé las bragas que se convirtieron en mil hilos enmarañados. Fue horrible, ¡que molestos! Su cuerpo me pedía ahora que bajase donde tenía un tatuaje. Un tatuaje que encontré. Y que además encontré junto a unos testículos hinchados. Parecía que aquella mujer era una caja de sorpresas. Tenía pechos pero también tenia pene. Fue precioso. Se la comí. Nunca lo había hecho pero estuvo bien. Luego subí y luego baje, y bueno… luego creo que volví a subir. Dimos varias vueltas, creo.
--Mis amigos seguían ahí en la barra con dos cigarros apagados en la boca y bailando algún tema de los Cycle. Yo salí solo, de todas formas lo nuestro quedó ahí. Mi amigo y el amigo de mi amigo, el jinete del Apocalipsis, el que ve bien cualquier cosa que yo pida, ya estaban a no parar. Los tuve que sacar de allí. El ciego producido por la cantidad masiva de alcohol, junto a la deshidratación, agravada por los incesantes aparatos de aire acondicionado puestos al ciento cincuenta por cien eran la causa de que nuestros cuerpos empezasen a pedir paso para el bajón, luego las paranoias, luego la desgana, luego la sensación de que todo fue para nada, y finalmente acabando con la resaca oportunista de una noche corta, como las buenas.

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