8 de septiembre de 2004
YOUNG ADAM por Gaspar D. Pomares

Las ásperas imágenes de "Young Adam" se hermanan perfectamente con el retrato desolador de un ser destruido por su propia existencia, el mismo Adam, con no más de treinta años, pero ya cicatrizado con la marca del "outside" y el tormento de sentirse arrojado a un mundo, por encima de todo, absurdo, tan absurdo como anodino. Se recoge en este Adam el carácter de esos antihéroes que retrataban Camus y Sartre. Se convierte en el paradigma cinematográfico de la absurda existencia de principios de siglo XXI, dando luz y veracidad a la permanencia de esa conciencia desgarrada que el sujeto de entre Guerras tomó de sí mismo, y que todavía hoy en día, arrastrados por la vorágine neoliberal y neocapitalista, persiste. Por ello, una de las grandezas de este filme es ver como sobrepasa la marca de su propio tiempo (la historia se sitúa en los años cincuenta del siglo pasado y está basado en la novela homónima de Alexander Trocchi, autor maldito de la generación "beat") para convertirse en universal.

De la contenida interpretación de Ewan McGregor, acertada hasta la médula, nace el Joven Adam, con el mismo sentimiento, poco más, que de un bloque de hielo. De esta manera se dibuja un impagable retrato de un ser falto de todo valor, ya no sólo moral y más discutible, sino existencial, viendo como las elecciones que guían su vida no tienen sustento y todo parece rebajarse a la obligación de seguir un camino sin sentido. Nada vale: ni la redención, ni el remordimiento, ni el amor, ni el cariño, todo se mete en el mismo cajón, quedando un paisaje humano verdaderamente desolador.

Del resto, las pinceladas que redondean una gran obra: una fotografía mate, un paisaje constantemente frío y lluvioso, el fondo de ciudades industriales y siempre sucias, pero por encima de todo el acierto narrativo de desgajar la lógica temporal de la narración, ofreciendo un inicio que se reduce a una serie de estampas rodeadas de una incómoda cotidianidad, para después pasar a la unión de las piezas del rompecabezas, que tras el thriller convierten a "Young Adam" en un preciso ejercicio de narración deconstructiva.

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